domingo, 19 de febrero de 2017

El cachorro que contaba cuentos-1era parte



A Cachorro le encantaba jugar con sus amigos pero a veces terminaba mordiéndolos. Los amigos lo querían porque era un perro muy entretenido, compartía su comida y le encantaba inventar cuentos, pero en cuanto empezaba a mostrar los dientes, lo dejaban de lado, para evitar que los mordiera. Cachorro sabía que no debía mostrar los dientes y lo evitaba lo más posible. Pero cuando los amigos le aburrían, les pegaba un tarascón en las patas y ellos salían arrancando.
Un día Cachorro jugaba con sus amigos Pato, Conejo, Ratona y Gata, cuando de improviso Gata se le acercó para frotar la cabeza en su espalda.
-¿Qué haces Gata?-preguntó cachorro con el pelo erizado por la sorpresa.
-Es que te quiero mucho, y cuando quiero a alguien, me dan unas ganas incontrolables de ronronearle.
Cachorro se quedó mirando a su amiga Gata y la encontró simpática. Después de jugar la invitó a tomar agua en su fuentecita.
Cuando los días se hicieron fríos, los amigos de Cachorro dejaron de ir a jugar, pero Gata lo echaba de menos e hizo caso omiso al viento y al agua. Así partió un día corriendo entre los cercos hasta llegar a la casa de Cachorro que se acurrucaba entumido sobre una frazada. Gata entró sin preguntar a la casa, se enroscó en una esquina y le pidió que le contara un cuento.
Cachorro estaba desconcertado, pero se sentía calientito y era entretenido tener a alguien con quien pasar la tarde.
Cuando se hizo de noche, Gata volvió a su casa, saltando por los techos de los vecinos.
Así pasó el tiempo, hasta que Gata no quiso volver más a su casa. La comida de cachorro y la cama le parecieron agradables y aunque no era como dormir al lado de la chimenea, era infinitamente más interesante.
Pero Gata era quisquillosa y Cachorro no aguantaba pelos en el lomo. A veces él le daba un mordisco cuando Gata no dejaba de frotarse en su espalda y ella salía corriendo con el lomo erizado. Otras veces Cachorro quería jugar, pero como a Gata le encantaba dormir, no lo tomaba en cuenta y cuando insistía mucho, le daba un zarpazo en la nariz y Cachorro se metía gruñendo dentro de su casa. Entonces Gata se arrepentía e iba a frotarse contra la nariz de Cachorro, para decirle lo siento, pero Cachorro no quería saber de cariño y le ladraba.
Con el tiempo Cachorro dejó de contarle historias a Gata y empezó a dedicarle tiempo a contemplar la lluvia que tanto le gustaba.  Gata quería jugar, salir a corretear por el patio pero no Cachorro, y se quedaba ahí, con los ojos entornados, mirando las gotitas caer en las pozas. Gata entonces se le acercaba y le pasaba la cola por la cara, tratando de que no mirara más las gotas, que la mirara a ella. “Las gotas no son entretenidas”, maullaba Gata. “Las gotas son siempre gotas, caen aquí, caen allá, se esconden en tu pelaje y te dejan todo mojado”. “¡A mí me gustan las gotas!” Gruñía Cachorro. “Míralas conmigo, cada una tiene un sonido diferente y nunca caen igual.” Cachorro se quedaba días mirando las gotas y Gata no sabía qué hacer. En los días bonitos, Cachorro salía de su casa y se iba a jugar con ella y sus amigos, pero tan pronto como volvía la lluvia, se escondía en su casa y no había quién lo sacara.
-Cachorro, no me gusta esto. Cachorro… no quiero ver más gotas. Cuéntame un cuento mientras yo te acaricio la espalda.
-¡No!- Le ladró Cachorro.
Gata muy apenada, salió despacito de la casa, tratando de no sacar a Cachorro de su ensimismamiento, pero Cachorro tenía buen oído y en cuanto las cuatro patitas de Gata estuvieron en el suelo, cachorro le gritó: GATA!! GATA!!

Gata miró la casa de cachorro desde la reja… cachorro no dijo nada. Gata saltó la reja y salió corriendo por entre los árboles...

lunes, 23 de enero de 2017

El viaje del Chucao

“Un chucao cantó a la izquierda y  ella se detuvo a escuchar conteniendo el aliento. Una gota fría cayó desde lo alto de un árbol y fue a dar en su nuca; bajó por su espalda hasta perderse entre sus tatuajes.”

Lo próximo que pensé fue que me dolían las rodillas. ¿A quién se le ocurre hacer un viaje de 7 horas por el bosque con las rodillas malas? A mí nomás poh, en seguida se me olvidó que iba inventando un cuento en mi cabeza.

Había querido alejarme de todo y colapsada, se me ocurrió hacer Trekking por el Parque Nacional Huerquehue, desde la entrada hasta unas termas: sería cansador, algo que necesitaba; estaría sola, algo que quería y podría pasar dos noches en las termas ¡Maravilla de los dioses!

Me habían dicho que la ruta se podía hacer en un día, aunque cuando llegué a Conaf, el guardaparque me dijo que la gente tardaba dos, pero como la idea era aprovechar al máximo los pocos días de vacaciones que tenía, me puse en marcha decidida a parar lo menos posible.

Llevaba como una hora caminando cuando llamé a mi mamá para decirle que seguía viva pero que ya estaba cansada. Ella me preguntó si no podía hacer dedo… y yo me quedé mirando la cuesta que tenía enfrente. Tomé una foto para que entendiera que ir en auto por ese lugar NO era opción.


En el camino de subida, y después de descansar un par de veces durante las primeras horas, me fueron alcanzando unos suizos, unos franceses y unos no-sé-qué … y todos, invariablemente, me fueron dejando atrás. Me sentí un poco penca, pero después miré mi mochila, mi saco y mi carpa y se me pasó.

Afortunadamente, diez para la una de la tarde dejé atrás a todos los gringos. La mayoría agarró el camino para la Laguna Toro y otros se quedaron almorzando a orillas de la Laguna Chica.
Después de unos metros entendí por qué. Me casi arrastré por un buen rato, por una cuesta horrible. Pero mis amigos coligües me ayudaron y cual mantis religiosa logré llegar al final.

El camino se hizo fácil por un tiempo y el silencio me envolvió por completo, hasta que unos martilleos rompieron la quietud del camino. Se oían a la izquierda y a la derecha, cada vez más cerca, hacían eco entre los árboles. Al doblar un recodo encontré a los carpinteros con cabezas rojas y negras picoteando las araucarias. Ellos me vieron y comenzaron sus gritos de alerta. Me detuve a escuchar, pero la llovizna me asustó y apuré el paso.
A la una y media había llegado a la cima del segundo cerro y me acordé del Bosque Viejo del Señor de los anillos. Nerd.

Veinte minutos más tarde y sin rastros de Tom Bombadil, me encontré con otro letrero que me decía “a la derecha”. Pero media hora más tarde me perdí.
¿Qué hace uno si ve 2 caminos igualmente dudosos y con este letrero en frente?

Yo di vueltas en círculo.
En serio.
Y por suerte,  esos círculos me llevaron a otro letrero metido en un pantano.
De ahí fue sufrir una subida interminable, atroz, horrible, devastadora,… aunque ahora que veo la hora de las fotos, fueron sólo cuarenta minutos.

Esta es la mejor vista de todas, la mejor, mejor (en serio). Por un lado el valle y al fondo una laguna, por el otro una cima huesuda y descascarada… y araucarias viejas por todas partes.

Me senté a descansar.

Si alguien quiere ir al Huerquehue, valen absolutamente la pena las cuatro horas de caminata por llegar al mirador Renahue.

Wiiii, ahora había una bajada… y una bajada y un valle significa civilización!
¿O no?
Lo más civilizado que vi fueron unas vacas que con sus ojos redondos y  gigantes me miraron asustadas.
Media hora más tarde encontré el cartel maravilloso que decía que Río Blanco estaba a 7 kilómetros.
A estas alturas ya había dejado de pensar en encontrar mi camino interno y mis problemas emocionales… mi cabeza estaba enfocada 100% en calcular cuándo terminaría la odisea. Si caminaba dos kilómetros por hora, pensaba, debería llegar en tres horas y media a destino. Tipo 7 a más tardar. Pero normalmente la gente camina 5… aunque si es en subida y  entre rocas y las rodillas ya no las siento por el dolor… Me miré las rodillas y estaban totalmente inflamadas. Nada que hacer… entonces si era más lento tal vez se me haría de noche entre los árboles…

Entonces vi.

La montaña había cedido y había cubierto parte del camino. Desde ahora sólo podía guiarme por unos puntos azules marcados en los árboles  y las rocas.
Remonté un río rogando porque fuera la última montaña que subía y pensando positivamente, “esto en algún momento tiene que acabar”.

Los ríos corren todos de este a oeste, menos el Bío-Bío que corre de norte a sur, me enseñaron en el colegio. MENTIRA. Los profes de Historia deberían salir de trekking más seguido. En eso iba pensando cuando  a eso de las cuatro y media, mi corazón se detuvo:

Y volvió a latir cuando giré en redondo y vi este otro letrero:

Pero se detuvo de nuevo porque no decía en ninguna parte RÍO BLANCO. ¡Puta madre!

Miré el mapa al que le había sacado foto y según yo estaba en el camino de la izquierda… pero no. Había tomado el de la derecha y ahora no había forma de continuar a Río Blanco…

"Y si llamo a Conaf y pregunto...", me dije y miré la señal: SIN SERVICIO. Entonces, sobre lo borrado, marcado con cuchillo, vi que habían escrito “Rio Blanco” y habían dibujado una flechita hacia arriba.

¿Quién iba a escribir eso si no era verdad?

Pa’ la Laguna Pehuen noh juimoh.

Desde entonces seguí el camino de las vaquitas. Todo el trayecto, desde las vacas de la punta del cerro, estuvo marcado por patas de vaca… y si una vaca podía andar por ahí, obvio yo también ¿No?.
El camino desde el cartel del pantano estaba marcado con unos fierros numerados. Al llegar al  n°31, me senté a pensar en todo lo que me había llevado a este punto. Repasé todas las cosas lindas y feas que me habían pasado hasta entonces. ¿Para qué había hecho este camino? ¿Qué me había movido a hacer esta aventura? Agarré mis lágrimas, hice un hoyito en la tierra y mentalmente enterré todo aquello que no me quería o que me hacía mal y dije en voz alta (para escucharme a mí misma y dejarme bien en claro las cosas): “si alguien me quiere en su vida, puede venir a buscarse al marcador 31. Sino, se quedará  aquí mismo hasta que se acabe el mundo…”

Después de comer la última barrita de cereal llegué a la cima (sí, había dejado de seguir el río hacía un rato) y me encontré con un bosquecillo claro, con muchas matas bajas y enredaderas que formaban interminables caminos.  Miré en busca de los puntos azules y no vi ninguno. Miré el suelo y busqué las marcas de vaca. No vi ninguna. Estaba en graves problemas.

Unos metros más adelante apareció un claro, así que me acerqué a mirar. Estaba en la cima, cima de otra montaña que luego caía casi verticalmente hacia un valle. A mi derecha había un riachuelo y  a mi izquierda sólo bosque. No había ni rastros de vacas ni de camino. Tampoco había más puntos azules que seguir. No había nada.
“Mierda, me perdí”
Volver no era opción. Alojar ahí… Miré las matas espinosas que cubrían el terreno, no era lo óptimo, pero si no encontraba una huella, sería mejor que continuar por cualquier parte, perderme y salir en las noticias 2 semanas después…

Confieso que se me cayeron unas lagrimitas y llamé a mi mamá. ¡Era la punta del cerro!
Volví por donde había venido y volví a la orilla otra vez, miré hacia abajo. Al fondo del valle debía esconderse un río que, si no me fallaba la brújula,  avanzaba hacia la izquierda.

Si hay río, hay civilización, eso de seguro. En el peor de los casos llegan todos a otro río y estos al mar… pero no quería perderme más.

Volví a girar en redondo y de repente, al otro lado del riachuelo, vi un tronco marcado con azul. ¡PUTO PALO DE MIERDA Y PUTOS MARCADORES CHICOS!
Esta vez sí que era el último cerro…. ¿Cierto? “Por favor que sea el último cerro”. Algunos metros más adelante apareció el cartel salvador.

¡NO QUIERO CAMINAR MÁS!
Recién entonces me pregunté, “¿Cuántos putos marcadores hay?  Este es el 45, ya caché que no marcan los kilómetros ni los metros”.

"Que no sean 100, por favor, que no sean 100”, pensaba mientras revisaba las fotos que había tomado. Si eran 100, me pegaba un tiro… no sé con qué…pero me pegaba un tiro.

Y la foto decía: balizas numeradas: 73  (¿ustedes se dieron cuenta con la foto de más arriba? Yo ni había leído).

Ya, quedaban menos de 30…

Después me saqué esta selfie queriendo poner cara de sufrimiento. No tuve que actuar nada XD

El resto del camino fue de bajada… una gran e interminable bajada. Horrible. Mis rodillas no daban más, me dolían tanto que era imposible caminar sin soltar un quejido. En ese punto, donde el dolor era constante, dejé de ser cuidadosa y me lancé hacia abajo. No había forma de evitar el sufrimiento, sólo debía aceptarlo (sí, en este punto me puse Zen, pero es que de verdad no hubo otra forma). Hasta que el camino terminó, llegué a un cerco y a la baliza 51. Ahí se acabó el paseo. Había llegado a las termas.

Eso creía.

Un camino de ripio bajaba hacia la derecha y el último cartel indicaba que hacia allá estaban las termas.  Así que lo seguí.  No hubo más señaléticas ni casas a la vista. Después de caminar quince minutos,  a lo lejos vi algo blanco y me sentí aliviada al pensar que era el techo de una casa, pero al acercarme resultó ser una piedra. Más adelante me encontré con un aserradero hechizo, pero no había gente, sólo una parka colgando y unos troncos botados. Se respiraba un aire quieto, pesado, como si el viento no hubiese llegado allí en meses. No había pasto y los arboles eran altos y oscuros. Algunos helechos se asomaban entre las rocas de la derecha y a la izquierda caía el terreno por una quebrada llena de matas. Me dio miedo gritar un “hola”.

Media hora más tarde, y después de cruzar un río saltando sobre unas piedras miré mi reloj y decidí que si en quince minutos no encontraba algo, volvería por el camino y seguiría hacia la izquierda, donde decía Refugio Renahue.

Pero afortunadamente encontré unas casas;  todas las casas estaban vacías. Ahora sí grité... o casi: “¿Hola?”

Seguí adelante. Esta vez a la siga de pisadas de caballo y de perro. “Si por aquí anduvo alguien… alguien tendré que encontrar”.

A las 7 de la tarde llegué a un cruce y justo al frente mío había un cartel que decía “Termas San Sebastián”. No me puse a llorar porque estaba demasiado cansada.
Bajé apenas la última cuesta, saludé a la dueña, le compré un pan amasado, pagué el camping, hice mi carpa, me tomé otra foto...
y me fui a bañar. Estaba en la tinaja, con los ojos cerrados escuchando el río cuando a mi izquierda sentí cantar al chucao. Esta vez el agua me bañaba por completo y estaba calientita.



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Si quieres hacer la ruta:
 
Esta comienza en la línea amarilla, abajo a la izquierda, en Conaf y termina en la línea azul más a la derecha donde hay un dibujo de terma. Son aproximadamente 25 kilómetros y según me dijeron los extranjeros la hacen en 7 horas. Yo tardé 9.

Si quieres conocer las termas, esta es su página de Facebook, https://www.facebook.com/TermasSanSebastian.  Puedes llegar en auto, Desde Villarrica por Pucón-Curarrehue-Reigolil-San Sebastián o por Cunco-San Sebastián (los kilómetros están indicados en el cartel, y desde ese cartel son 5km hacia adentro).

¡Son maravillosas!

sábado, 7 de enero de 2017

Quiero

Podría quedarme quieta,
Esconderme y llorar,
Podría ser como siempre,
Olvidar lo bello, lo amable.
Podría perjurar,
Abdicar,
Apostatar,
Rendirme...
¡Pero no!
Ya sentí la vida
Brillante,
Redonda,
Completa.
Y quiero seguir así
Contigo,
Conmigo,
Con todo...
Quiero.

viernes, 16 de diciembre de 2016

El nene (1932)*

Ansiaban escaparse de su miseria, pero las estrellas quedaban demasiado lejos.
Friedrich Nietzche

El niño dormía amarrado para no caer. El viejo, sentado sobre los sacos de carbón, guiaba a los bueyes por el camino apenas visible en la bruma matutina.
Un bulto se removió bajo las mantas y el viejo lo acercó un poco a su cuerpo para mantener el calor. El frío le tenía los pies, las manos y la nariz congelados, pero parecía no importarle; sólo le preocupaba que el nene se mantuviera cómodo y calentito. El camino de Los Laureles a Temuco era largo y aún quedaban varias horas para llegar. Luego tendrían que recorrer medio pueblo hasta la pastelería, principal cliente del viejo.
 A eso de las siete, el hombre sacó un pan con queso de una bolsa y movió un poco al niño para despertarlo. Una manito apareció por debajo de las mantas y el viejo le entregó un trozo del pan que había sacado. Ambos comieron en silencio.
Al poco rato, el niño sacó la cabeza negra y rizada por un hoyito y dijo que quería hacer pipí. El viejo paró los bueyes, se bajó, ofreció los brazos al niño y este se dejó caer con confianza.
-¡Eh! Nene, caminemos un rato- le dijo el viejo después. Sabía que así podrían entrar en calor. Los bueyes habían encontrado pasto tierno y  ahora no querían avanzar. Sólo después de unos buenos garrochazos, continuaron el camino.
El viejo iba sumido en sus pensamientos, por lo que le costó darse cuenta que el niño le trataba de decir algo. Un tirón de manga lo hizo reaccionar. A lo lejos ya se oía el río Cautín.
-Papi, hay un hoyo en un saco- dijo el niño.
-A ver, Nene…-el viejo hizo parar los bueyes de nuevo y se subió al carretón. Uno de los sacos estaba caliente-, ¡desamarra el cordel blanco! -gritó el viejo. El niño desanudó lo más rápido que pudo y el viejo agarró el sacó y lo bajó al suelo. Cortó las pitas y esparció el carbón ahí mismo. Con una pala que llevaba por seguridad, cavó y cubrió con tierra los carbones. Cuando estuvo seguro de que estaban apagados, le pidió al niño que ayudara a meterlos de nuevo al saco.
Ambos quedaron con las manos negras y la ropa manchada. El niño se había limpiado los mocos con la manga y ahora tenía una gran mancha oscura cruzándole la cara de lado a lado. El viejo miró con tristeza al niño. Sacó su pañuelo y le frotó la cara, sin mucho éxito. Siguieron caminando hasta la entrada del puente.
-¡Mira, papá! -gritó el niño de repente. Una gran pila humeante, dos ruedas y un eje era lo único que había quedado de otro carretón que había terminado de quemarse hace poco a la mitad del puente.
            -¡Ay, Señor mi Dios…! -gimió el viejo. Tuvieron que esperar media hora para poder cruzar pues sólo había una vía disponible.
Al llegar, escogieron las calles de la derecha. Recorrieron las cuadras con parsimonia, gritando de vez en cuando la mercadería. El niño, que caminaba por la vereda, iba mirando los escaparates hasta que reconoció la pastelería: era la más bonita del pueblo y le encantaba el aroma que salía del local. Acercó su carita al vidrio y posó sus manos llenas de tierra y carbón para mirar a la gente que sentada y cómoda, tomaba desayuno. Pero vio su reflejo: un niño de no más de ocho años, con la ropa zurcida y sucia, los mocos colgando y unos ojos grandes y brillantes que resaltaban en la negrura de su cara.
El dueño salió a corretearlo. Las manos quedaron marcadas en el vidrio. El padre se acercó a protegerlo y cuando el dueño se dio cuenta de quiénes eran, pidió descuento por la mugre que había dejado el mocoso en la ventana.
-Disculpe usted por la mancha -dijo el viejo y agarró al niño de la mano-. Vamos nene, nadie tiene derecho a tratarte mal. -El niño se puso a llorar, avergonzado, pero el viejo le pidió que se callara: -ya habrá alguien que nos compre el carbón. Deja de moquillear y quédate tranquilo un rato -subió al niño al carretón y encaminó los bueyes al centro-, con un vendedor menos (Dios me perdone), tendremos mejor suerte.
A eso de las seis, sobraban dos sacos solamente y esos podrían servir para pagar una pieza en La Casona. Era tarde y no alcanzarían a volver al campo antes de la medianoche.     
Al llegar a la pensión, el viejo le dio unas monedas al niño y éste las guardó en su morral. Desenyugaron los bueyes, guardaron el carretón y fueron a la pieza a lavarse y ponerse ropa limpia.
-¿Puedo ir a comprar algo? -dijo el niño cuando estuvo listo. El viejo lo miró extrañado: la cara limpia, los rizos aplastados y bien peinados hacia atrás, el mono arrugado pero limpio, las calcetas bien estiradas y los zapatos rotos pero relucientes. Movió la cabeza diciendo que sí y el niño salió disparado a la calle.
Llegó a la pastelería casi sin aliento y se detuvo en la entrada. Suspiró hondo, dudando, y traspasó la puerta. Compró dos berlines, guardó uno y se fue comiendo el otro a trocitos, saboreando cada miga, para no olvidarlo.

**

*1er lugar regional y 2do lugar nacional en el concurso de cuentos "Historias de nuestra tierra", 2016 (lo publico ahora, porque antes, por bases, no podía).
Tema: relacionado con la vida en las zonas rurales del país, con las costumbres, tradiciones, mitos o leyendas de los pueblos y/o del campo chileno.
Extensión máxima: 2 planas.

**Foto extraída de: http://www.panoramio.com/photo/27883039


Para ver más detalles del proceso del carbón artesanal: http://carbonartesanal.blogspot.cl/

martes, 2 de diciembre de 2014

Lo que dejamos en el camino (2da parte)

...esta vez lo dejamos para que el viento, la lluvia y el sol hagan con ello lo que les dé la gana. No hay que guardarlo y no aparecerá a la vuelta de la esquina. El tiempo impide que lo que dejamos vuelva a nosotros tal como lo vimos la última vez, porque todo muta, se desgasta, crece o muere.

Lo que dejamos en el camino que le sirva a las aves y a los animales y que los viajeros incautos que se encuentren con ello rían, lloren o mediten porque...

Lo que dejo ya no me pertenece y no lo quiero más.

1era parte:
http://ergo-floris.blogspot.com/2010/02/lo-que-dejamos-en-el-camino.html