miércoles, 10 de julio de 2013

Anabel y las mariposas

Me despertaron las mariposas. Saltaron sobre mi nariz y luego agarraron mis párpados y los levantaron de las pestañas; me hicieron cosquillas en las orejas con los pocos rizos blancos que me quedaban. Juna, la gata, se acercó sigilosa y quiso atraparlas de un zarpazo, pero estas se echaron a volar justo cuando caía sobre mi cabeza. Al final, quien se llevó la peor parte fue la gata, pero la culpa fue sólo de ella: le he dicho miles de veces que no se meta cuando las mariposas hacen maldades, que ella es tan grande y lenta que termina pagando los platos rotos, mientras las pequeñas se ríen a carcajadas.

Después de tamaña despertada, me fui a hacer el desayuno: era evidente que no me dejarían seguir durmiendo. A las mariposas les di hidromiel, su favorita, y a Juna le abrí una lata de atún; para mi quedó un pan con mantequilla y una tazón de leche humeante.
Me senté en el alféizar a mirar el camino que daba al jardín, era una mañana preciosa, fría y brillante, con gotitas temblorosas cayendo de las ramas de los pinos del bosquecillo de enfrente. Había llovido la noche anterior y todo rebosaba agua. Cerré los ojos para concentrarme en escuchar y me quedé así un buen rato. Era demasiado temprano hasta para las aves, al parecer, no se oía ni un solo ruido.
Clip, clop... hicieron afuera unas gotitas que cayeron del techo,  y otras resonaron a lo lejos, en el seto de hortensias que bordeaba la casa. Clip, clop, repitieron las mariposas y se posaron en mi tazón. Me quedaron mirando con cara de suficiencia y me mandaron a lavar lo que habían dejado tirado, haciendo ademanes airados con sus alitas. Me levanté para ir a la cocina y al entrar, la gata se me enredó entre las piernas y me maulló un gracias, mientras me acercaba con la nariz su platito para que también lo lavara.
- Yo no sé qué se creen ustedes, ¿Que soy su nana o qué?- dije divertida, y mientras giraba en redondo tratando de alcanzar la pantufla que se me había quedado atrás, Juna la agarró entre sus colmillos  y saltando sobre el sillón, se fue a esconder encima del librero.
-Juna, ¡pásame mi pantufla!- le dije, sacándome la otra y tratando de darle un pantuflazo en la cabeza. Ella, inmutable, me miró con desdén y, acomodando sus patitas, sin prestarme más atención, empezó su ritual diario de limpieza.
-¡Te voy a echar de la casa y vas a dormir afuera si no me pasas la pantufla ahora, ya!- grité abanicando mi mano cerca de su cara para alcanzarla. No hubo caso. Las cuatro mariposas por su parte, comenzaron a revolotear a mi alrededor, tirándome el pelo para que fuera a lavar los trastos. Bajé la mano resignada, y volví al alféizar. Miré el camino, por si venía alguien. Nadie. Las mariposas se aburrieron y se sentaron a mi lado a mirar también por la ventana.
Tal vez mañana, sí, tal vez mañana vengan a verme. Consideré la fecha. Era mitad de semana, Las niñas estarían en el colegio y mi hija trabajando. Tal vez el sábado...
Me acerqué al fuego, a un sillón donde siempre dejaba mi manta. Estiré los pies y me quedé ahí, esperando. Pronto me quedé dormida.
Cuando desperté sentí un rumor en la cocina. Me levanté a mirar y vi a mi hija cocinando.
-¡Ana, viniste a verme!- Quise abrazarla pero me enredé en la colcha y como andaba descalza caí al suelo.
-¡Mamá!, ¿Por qué andas sin tus pantuflas? ¿Dónde las dejaste?- Preguntó alarmada mientras me ayudaba a ponerme de pie.
-La gata se quedó con una- respondí, enrollando la frazada para no volver a caer,
-Ay mamita, la Juna se murió hace tiempo.
-Que no hija, me sacó una pantufla y la dejó en el librero- Ana dejó el paño de cocina en el mesón y se fue a la sala, subió a una silla que acercó de la mesa y sacó mi pantufla. De la gata, ni rastro.
-Ay, gracias hijita- le di un beso en la mejilla.- ¿A qué hora llegaste? ¿Dormí mucho rato? Pensé que vendrías el fin de semana.
-Mamá, es domingo, nos levantamos hace tres horas y estoy haciendo el almuerzo. Hoy no he salido de la casa.- Me dijo casi deletreando las palabras, como si yo no entendiese cuando me hablan a la velocidad normal. Siempre salía con cosas así, así que, como las otras veces, preferí no responder.
-¿Y las niñitas?
-En sus camas, tú sabes que no les gusta levantarse temprano los fines de semana- Ellas solían llegar los sábados a media tarde y se quedaban en mi casa hasta el domingo.
-Mh...-mascullé. A veces me perdía en el tiempo (los años no pasan en vano), y no me acordaba de lo que había hecho el día anterior, o unas horas atrás. En casos así, prefería quedarme callada, o responder con un mh, para evitar más confusiones. Mi hija era muy buena, pero no tenía paciencia, y con eso no podía hacer nada.
Volví a la ventana a buscar mi taza, la leche debe estar fría, pensé, cuando recordé que me había quedado dormida, sentada en el sillón, y después caí en la cuenta de que eso había sido el miércoles. ¿Qué había pasado entre ese día y el domingo? Todo se veía en orden en la casa, así que preferí no preguntar. Andaba con la misma ropa que ese día, lo que no era extraño, pues casi siempre andaba en pijamas.
De pronto, me sonó el estómago y descubrí que tenía hambre.
-Hija, ¿ya tomamos desayuno?-Me arriesgué a preguntar.
-Yo sí, tú no has comido nada, te quedaste dormida como a la media hora de levantarte- Dejó de revolver la olla, le puso la tapa y agarró la tetera para comprobar si le quedaba agua.
-Hay un poco de agua tibia por si quieres hacer unos mates- Me ofreció balanceando la tetera.
-Preferiría leche con miel hija, si no es mucha la molestia- respondí con una sonrisa. Ella no se hizo esperar, sacó la leche del refrigerador, la puso en una ollita y  dejó que se calentara en la cocina a leña. Mientras, buscó el tarro con miel, sacó una cucharada y la sirvió en un tazón. A los diez minutos tenía la taza humeante entre mis manos.
-Tómala con cuidado, no se te vaya a caer- Me advirtió.
-Voy a ver si las niñitas están despiertas-le respondí. Ana me quedó mirando, seguro pensó que podría derramar la leche en la cama de las niñas o, peor aún, quemarlas, pero me dio el beneficio de la duda y me dejó ir sola a la habitación.
Encontré a Anita sola, Sofía estaba en el baño, duchándose.
-Buenos días mi niña linda- saludé con una sonrisa. Ella, media adormilada y con la cabeza enterrada en la almohada, se limitó a levantar una mano a modo de respuesta.
-¿Has visto a mis mariposas?-le pregunté.
-Abue... te he dicho que no me preguntes esas cosas- me dijo sentándose en la cama y restregándose los ojos- la mamá se enoja cuando hablas de las mariposas y de tu gata- bostezó.
-Hoy día han sido sólo retos... nadie me dice nada agradable. Y yo que te traía el desayuno...-
-Ay, abuelita, no seas así. Ven, acércate un poquito- movió su manita para que me acercara. Levantó las frazadas y cuando estuve casi encima de ella, pude ver qué pasaba. Ahí estaban tres mariposas, acurrucadas bajo la almohada, durmiendo a pata suelta.
-¡Eh! ¡Ustedes flojas!- les grité, no muy fuerte, para que Sofía no escuchara desde el baño. La única señal que dieron fue un par de aleteos leves.
-Anita, diles que se levanten, estoy muy enojada con ellas- Había dejado la taza de leche en el velador y ahora me acercaba yo a despertarlas: - Si no se levantan en lo que cuento tres, se quedan sin comer durante dos días- susurré. -Y sin miel durante toda una semana.- agregó Anita. Me miró de soslayo y me guiño un ojo. Las tres atrevidas alzaron vuelo como si les hubieran dado cuerda, y entre bostezos y estirones me dedicaron un Buenos días.
-¿Ustedes debían cuidarme no es así?- Ni siquiera me miraron, bajaron los ojos, buscándose entre ellas, dándose codazos y balanceándose como un niño amurrado con las manos en la espalda. Asintieron con la cabeza.- ¿Y qué hago yo, entonces, cuando despierto pensando que es miércoles y resulta que es domingo? ¿Ah? Respóndanme, o de verdad las dejo sin almuerzo-
-¡Abueela!- suplicó Anita, pero le pedí que se callara, estaba empezando a enojarme de verdad.
-La próxima vez... la próxima vez...- Amapola, la mariposa más grande levantó la cabeza y sostuvo mi mirada:
-Abuela, no habrá próxima vez, te lo prometo- respondió posando su mano en el pecho- te prometemos que nunca te dejaremos sola.
-Más les vale-sentenció mi nieta.
En eso sentimos unos pasos y Ana se asomó por la puerta. Las mariposas desaparecieron en un santiamén bajo la cama.
-¿Qué cuchichean tanto ustedes dos?- Preguntó con los ojos entornados y una sonrisa en las comisuras.
-Cosas secretas- respondió Anita.
-Cosas de abuela-respondí yo.
-Algún día me tendrán que contar qué tanto se secretean.
-Sí mami, algún día.- respondió picarona mi nieta. Ana volvió a sus quehaceres.
-Y, sólo falta mi gata- me quejé cuando ya mi hija se había ido.
-Abuelita, tu gata murió hace tiempo- replicó Anita con cara de preocupación. -Te lo he dicho un montón de veces y siempre se te olvida.
La miré con tristeza, era cierto: mi gata había muerto hace tiempo y nadie la podía ver, excepto las mariposas y yo.
-Cariño, te dejo la leche, que voy a ir a dar una vuelta al jardín, hoy amanecí un poco confundida- le dije finalmente a Anita.
-Gracias abuelita- respondió.
-Y ustedes tres se vienen conmigo.- Las mariposas salieron raudas a la siga mía por el pasillo.
En eso sentí la puerta del baño, y me quedé espiando.
-Anita, ¿qué conversaban con la abuela?- Preguntó Sofía en cuanto abrió la puerta del baño; el aura provocada por el vapor saliendo a borbotones, le imprimió un aire de grandilocuencia a su diminuta estatura. Mi otra nietecita luchaba con el calcetín izquierdo en ese momento y no reparó en la teatralidad de su hermana. Una lástima, pues de seguro le había parecido algo bastante gracioso.
-De cosas secretas- respondió sin más.
-¡Pero yo quiero saber!-alegó Sofía saltando sobre la cama.
-Hermana, ¡aléjate que me estás mojando!-Gritó Anita, pero era tarde, Sofía se le había lanzado encima y haciéndole cosquillas le repetía que quería saber qué eran todos esos secretos que siempre tenía, que no era justo que ella no pudiera saberlo si también era nieta. Pero Anita no podía ni hablar de la risa, y pegaba patadas para todos lados tratando de zafarse. Pronto se olvidaron de la razón del alegato, para suerte mía, y siguieron jugando como si nada. Aliviada, seguí mi camino.
- ¿No han visto a mi gata?- Les pregunté a las mariposas cuando ya salíamos de la casa.
- Tu gata murió hace tiempo- contestaron al unísono.
Sí, parecía que esa parte me la imaginaba, concluí con pesar. Cerré la puerta y me fui a caminar por el jardín.
Llegamos al final del seto, donde mi hija había puesto una banquita para sentarme a descansar. Más allá se alzaba el bosque lleno de ruidos, matorrales y un esterito ondulante que salpicaba el pasto del jardín. Cerca de la banca, estaba la lápida de Juna, mi gatita. Hoy era de esos días en que no la vería, estaba demasiado lúcida para ello. Suspiré resignada y llamé a las mariposas. Éstas no habían aguantado ni dos minutos tranquilas, y ya andaban revoloteando por ahí.
-Mis pequeñas, ahora que estamos solas, me gustaría que me contaran qué pasó entre el miércoles y hoy, que no me acuerdo.- Las tres se sentaron en la banquita conmigo y en vez de hablarme a mí, comenzaron a cuchichear entre ellas. Se hablaban al oído y de vez en cuando soltaban una risita. Ya había aprendido a dejarlas tranquilas cuando hacían eso, porque si no, era imposible sacarles palabra. Me mirarían con cara de “no te importa” y se irían volando a alguna parte. Así que esperé a que se pusieran de acuerdo en lo que me iban a decir.
-Abuela, no hiciste nada interesante. Estás viejita, lo sabes, y si se te olvidan las cosas, es porque no debes recordarlas.
-Y ustedes saben que no quiero andar hablando como loca por los rincones, ni haciendo cosas sinsentido. Así que, necesito que me digan qué pasó.
-Abuelita…-empezó la más pequeña, amuñando la falda con sus manitas-Margarita… nos dejó.-
-¿Quién es Marga…? ¡Ihhh, la cuarta mariposa!- Mi corazón dio un vuelco cuando la recordé. Era la mariposa blanca, a la que más cariño le tenía y la había olvidado por completo.
-Sí abuelita, ella se fue el miércoles, por eso no te acuerdas de lo que pasó.
-¿Y por qué se fue? ¿Por qué no me dijeron antes? ¿¡Por qué hacen que se me olviden las cosas!?
-Anabel, tú sabes bien por qué. Siempre lo has sabido- Amapola me hablaba ahora, se había acercado revoloteando y estaba al nivel de mi cabeza.-Entre más viejita te pongas, menos nos vas a necesitar, y te irás olvidando de que existimos. Cuando ya no te acuerdes de ninguna, tendremos que dejarte.
-Pero eso significa que…-
-Si Anabel, no eres eterna, no como nosotras. Pero mientras nos puedas ver, te cuidaremos, no te preocupes. Siempre lo hacemos así, ordenamos tus desastres, y te hacemos la cama…
-Oye, mentirosa ¡tú nunca ayudas con la cama!- reclamó Lila, que también se había acercado. Amapola enojada se le lanzó encima tratando de tirarle las antenitas.
-No peleen, no peleen- les dije espantándolas con las manos. Menos mal tenían mejores reflejos que yo, sino les habría dado bien fuerte en sus cabecitas.
-¿Y dónde se irán entonces?- Pregunté retomando el hilo.
-Todas las personas tienen mariposas que las cuidan. Cuando ya no te sirvamos a ti, pasaremos a tu hija Ana, y la acompañaremos hasta que ya no nos necesite…-respondió Amapola
-¿Y después?-
-Nos quedaremos con Anita.-
-¿Y Sofía? ¿Ella no es la mayor? ¿La van a dejar sola?-
-No abuelita, ella tendrá otras amigas que la cuiden.- Dijo Lila.
-Madre, ¿con quién estás hablando?-
-Con Lila hija…-respondí sin pensar. Cuando vi la cara contrariada de mi hija, recordé que ella aún no las podía ver- Con nadie hija, con nadie- Corregí. -Son cosas de vieja.
-¿Vamos a almorzar, mejor? Está listo.- Me acarició el cabello y me ofreció su brazo, pero como había quedado triste por la conversación, y por sentirme cada vez más vieja no quise aceptarlo. Me afirmé bien de una mano y entre crujidos de mis rodillas logré ponerme de pie. Mi hija me miró resignada y esperó a que la pudiera seguir.
-¿Y no es la hora del desayuno?- Pregunté casi recordando algo.
-No mamá, el desayuno fue hace rato.-
-Ah- me limité a decir. La verdad es que tenía mucha hambre, y sólo me acordaba del desayuno del miércoles.


lunes, 1 de julio de 2013

Presente simple

Muéranse todos los recuerdos, y quede sólo el presente.
Hoy quiero desterrar mi pasado, y desechar los sonidos y las voces que alguna vez tuve en mi mente.
Quiero desaparecer el ayer, y no ser nada más que un ahora eterno del cual no poder salir.
No quiero recordar, quiero olvidarlo todo, de dónde vengo quien soy, qué deseo y qué odio.
Quiero olvidar a quién quise y por qué le dejé ir.