martes, 30 de noviembre de 2010

Persecución


La hojarasca volaba tras unos pasos desorientados. Una muchacha corría desesperada. Arrancaba de alguien que se oía cada vez más cerca. Y el corazón de de ella apuraba sus latidos, apurando también la carrera.
El vestido se le enredó en unas zarzamoras y un trozo quedó flotando en el aire. Una rama le azotó la cara dejándole una herida en la mejilla izquierda. Se pasó la manga del chaleco por la cara, para quitarse el sudor manchado de sangre.
-¡Espera!- gritó la voz de otra mujer. Y ella volteó la cabeza. Venía lejos, pero como usaba pantalones no le importaba la maleza y eso le daba ventaja. Volvió la cara justo a tiempo para esquivar un árbol. Se agarró del tronco y aprovechando la velocidad dio media vuelta para seguir la carrera ladera abajo.
-¡Te vas a caer!- gritó la voz de nuevo. Y ella sólo pudo responder con una risa nerviosa, entrecortada por la respiración jadeante. El terreno era inclinado y a cada rato aparecían matas de espinos y enredaderas que la obligaban a cambiar el rumbo. Tenía las piernas llenas de cardenales y de la falda iban quedando sólo jirones.
Al final de la cuesta pudo ver el sol. Era el fin del bosque. Sin pensarlo dos veces hizo un último esfuerzo para escapar por ahí.
-¡Silvana!, ¡ya basta!- gritó por última vez la mujer mientras la de la falda alcanzaba su objetivo, donde una pradera inmensa, bañada por el sol de la tarde se extendía hasta perderse de vista.
-¡Noo!-gritó la chica y volvió a reir.
Paró al borde de la colina y se agachó para tomar aliento. Las piernas le temblaban y los pulmones parecía que iban a reventar. Escuchó el crepitar de las ramas y las hojas cada vez más cerca y se dio vuelta a mirar. Tarde. La mujer se le tiró encima y Silvana perdió el equilibrio. Cayó de espaldas. La mujer se sentó sobre ella y le agarró las manos por sobre la cabeza, haciendo fuerza para que no se moviera. Los pulmones de ambas suplicaban por un poco de descanso. Y la respiración de a poco se fue haciendo más lenta.
-¡Para, te dije!- y Silvana no hacía más que reír. Pero la cara de su amiga no era de chiste. Así que suspiró hondo para serenarse. Se dio cuenta que había ido demasiado lejos.
Sara tenía la cara roja y el moño se le había perdido hacía un buen rato. El pelo negro le caía a la capturada en la cara, y esta pudo ver que ramitas y hojas habían quedado prendidos en los bucles enmarañados.

-Suéltame. Nunca más- prometió con una cara sumamente convincente. Dejó de respirar, incluso, para no volver a reírse.
-No. Te dije que me esperaras.
-Tu pelo me hace cosquillas, quítate de encima- alegó Silvana soplando los mechones de su amiga.
-¿Y ahora?- preguntó Sara acercándose más hacia ella.
-¡Ahora es peor! Mierda. Sara, suéltame las manos.
-No quiero
-Sal de encima, me duelen las piernas
-Para qué corriste como loca
-¡Sara!
-Bueno, bueno- se levantó un poco, pero en vez de dejar a Silvana libre, le abrió las piernas con las suyas y se acostó sobre ella.
-¿Qué estás haciendo?-murmuró Silvana. El corazón le latía casi a reventar. Se pasó la lengua por los labios secos por el nerviosismo y trató de no respirar muy fuerte. Miró hacia un lado, hacia otro. No vio a nadie. Relajó sus manos y aceptó su derrota.
-Nada-respondió Sara y se acercó un poco más. Ahora podían sentir el calor de sus cuerpos. Sara le bajó los brazos hasta la altura de las caderas, se afirmó en el pasto, se acercó un poco más y le sopló el cuello: -Parece que tienes calor-Silvana no dijo nada, sus ojos se encontraron y se quedaron así, escrutando el significado de sus miradas. De pronto agarró a la perseguidora por la cintura, y haciendo fuerza con las piernas, la lanzó al suelo, quedando ella arriba. La perseguidora había sido vencida.
-Nada no es lo que quiero- dijo al fin, callando la protesta de su amiga con un beso.
Santiago, 29 de nov., cerro Santa Lucía.