miércoles, 28 de julio de 2010

Secreto (1)


La habitación olía a incienso y a comida. La luz se filtraba apenas por entre los visillos polvorientos. Al fondo, después de una mampara de mostacillas, una mesa con un mantel negro. Como Erika no se atrevía a entrar sola, agarró del brazo a su amiga para atravesar la habitación.
En un rincón oscuro, un viejo barajaba interminablemente unas cartas. Las dos muchachas se quedaron de pie, inmóviles, esperando alguna señal del viejo. Mientras, Erika inspeccionaba con la vista, buscando algo interesante. Como no encontrara nada, se miró los zapatos, acomodó los talones impaciente y se echó las manos a los bolsillos.
-Van a criar raíces si se quedan ahí paradas. Asiento, asiento- el viejo carraspeó un poco, se levantó de la silla, y se sentó en otra, más cerca de las muchachas.
-Veamos, a quienes tenemos aquí- levantó el mentón para dejar los lentes al nivel de sus ojos.
Las muchachas se presentaron. Erika, la interesada, contó un poco de su vida. El viejo volvió a barajar las cartas y pidió que ninguna cruzara las piernas. Erika escogió cinco de ellas y las fue dejando en orden sobre la mesa.
-Formula tu pregunta muchacha-
-Tengo miedo de casarme. Amo a mi novio pero tengo miedo de que él no acepte a mi familia-
-Si la ha aceptado hasta ahora…-interrumpió la amiga
-Sí, pero…-
-A ver…quieres saber si querrá a tu familia a pesar de todo, ¿no?- el viejo volteó las cartas con una parsimonia exagerada. Erika comenzó a inquietarse. El tarotista leía sin decir nada, inmóvil, concentrado en descifrar los dibujos. De pronto, se revolvió en su asiento, se levantó de golpe, afirmándose de la mesa con las manos temblorosas. La silla cayó hacia un lado y las muchachas se miraron sin saber si moverse o no.
-No debes estar aquí- gritó, pero afortunadamente la carraspera disminuyó la intensidad de su voz- No le digas a nadie, nunca, que me has visitado- Levantó la silla y caminó hacia la puerta: -Márchense ahora- ordenó empujando a la amiga- No es nada personal. Cásate si quieres- agregó, al ver los ojos de Erika llenarse de lágrimas. Antes de cerrar la puerta sugirió una última cosa: - Nunca le digas a nadie de donde vienes, menos a él- Erika, espantada, se quedó sin fuerzas hasta para caminar. La amiga, agarrándola del brazo, la sacó a tirones de allí.