viernes, 31 de diciembre de 2010

la vacuidad de los sueños

Anoche soñé contigo,
Habías vuelto,
después de muchos años.

Anoche te vi a mi lado
¡y eras tan feliz!,

Anoche soñé contigo
y mi corazón saltó de felicidad.
Desperté con la ilusión en las manos...
y los ojos cegados por el dolor.

Anoche soñé contigo,
entrelazados en un abrazo,
un simple abrazo,
y el calor de tu pecho y de tus manos
sosteniéndome, protegiéndome,
aceptándome.

Esta noche
esta noche soñaré en vano.

martes, 30 de noviembre de 2010

Persecución


La hojarasca volaba tras unos pasos desorientados. Una muchacha corría desesperada. Arrancaba de alguien que se oía cada vez más cerca. Y el corazón de de ella apuraba sus latidos, apurando también la carrera.
El vestido se le enredó en unas zarzamoras y un trozo quedó flotando en el aire. Una rama le azotó la cara dejándole una herida en la mejilla izquierda. Se pasó la manga del chaleco por la cara, para quitarse el sudor manchado de sangre.
-¡Espera!- gritó la voz de otra mujer. Y ella volteó la cabeza. Venía lejos, pero como usaba pantalones no le importaba la maleza y eso le daba ventaja. Volvió la cara justo a tiempo para esquivar un árbol. Se agarró del tronco y aprovechando la velocidad dio media vuelta para seguir la carrera ladera abajo.
-¡Te vas a caer!- gritó la voz de nuevo. Y ella sólo pudo responder con una risa nerviosa, entrecortada por la respiración jadeante. El terreno era inclinado y a cada rato aparecían matas de espinos y enredaderas que la obligaban a cambiar el rumbo. Tenía las piernas llenas de cardenales y de la falda iban quedando sólo jirones.
Al final de la cuesta pudo ver el sol. Era el fin del bosque. Sin pensarlo dos veces hizo un último esfuerzo para escapar por ahí.
-¡Silvana!, ¡ya basta!- gritó por última vez la mujer mientras la de la falda alcanzaba su objetivo, donde una pradera inmensa, bañada por el sol de la tarde se extendía hasta perderse de vista.
-¡Noo!-gritó la chica y volvió a reir.
Paró al borde de la colina y se agachó para tomar aliento. Las piernas le temblaban y los pulmones parecía que iban a reventar. Escuchó el crepitar de las ramas y las hojas cada vez más cerca y se dio vuelta a mirar. Tarde. La mujer se le tiró encima y Silvana perdió el equilibrio. Cayó de espaldas. La mujer se sentó sobre ella y le agarró las manos por sobre la cabeza, haciendo fuerza para que no se moviera. Los pulmones de ambas suplicaban por un poco de descanso. Y la respiración de a poco se fue haciendo más lenta.
-¡Para, te dije!- y Silvana no hacía más que reír. Pero la cara de su amiga no era de chiste. Así que suspiró hondo para serenarse. Se dio cuenta que había ido demasiado lejos.
Sara tenía la cara roja y el moño se le había perdido hacía un buen rato. El pelo negro le caía a la capturada en la cara, y esta pudo ver que ramitas y hojas habían quedado prendidos en los bucles enmarañados.

-Suéltame. Nunca más- prometió con una cara sumamente convincente. Dejó de respirar, incluso, para no volver a reírse.
-No. Te dije que me esperaras.
-Tu pelo me hace cosquillas, quítate de encima- alegó Silvana soplando los mechones de su amiga.
-¿Y ahora?- preguntó Sara acercándose más hacia ella.
-¡Ahora es peor! Mierda. Sara, suéltame las manos.
-No quiero
-Sal de encima, me duelen las piernas
-Para qué corriste como loca
-¡Sara!
-Bueno, bueno- se levantó un poco, pero en vez de dejar a Silvana libre, le abrió las piernas con las suyas y se acostó sobre ella.
-¿Qué estás haciendo?-murmuró Silvana. El corazón le latía casi a reventar. Se pasó la lengua por los labios secos por el nerviosismo y trató de no respirar muy fuerte. Miró hacia un lado, hacia otro. No vio a nadie. Relajó sus manos y aceptó su derrota.
-Nada-respondió Sara y se acercó un poco más. Ahora podían sentir el calor de sus cuerpos. Sara le bajó los brazos hasta la altura de las caderas, se afirmó en el pasto, se acercó un poco más y le sopló el cuello: -Parece que tienes calor-Silvana no dijo nada, sus ojos se encontraron y se quedaron así, escrutando el significado de sus miradas. De pronto agarró a la perseguidora por la cintura, y haciendo fuerza con las piernas, la lanzó al suelo, quedando ella arriba. La perseguidora había sido vencida.
-Nada no es lo que quiero- dijo al fin, callando la protesta de su amiga con un beso.
Santiago, 29 de nov., cerro Santa Lucía.

domingo, 15 de agosto de 2010

La vida perfecta


https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjQRLnvSi6na61KL_Og22mlsymPZCRPH9uVSFc3sXyI1i3fhiQBQaFsgkLEhYashoKvRVSTcDJBx9NNba9X8yUYau5a2ZID0EdavtyN7A2L_-lETVMG0mjg2RoNjMzCI0WXLSDqwczNW3ra/s320/Portada.jpg
Que más se puede pedir de una posta universitaria, decía siempre Gabriela; y es que su trabajo, aunque monótono, era bastante bueno. El café estaba tibio y medio amargo, pero era la excusa para sentarse en el casino y mirar la obertura del Mundial sin ser molestada, mientras hacía hora para volver al trabajo.
Un comercial de crema de afeitar le trajo a la memoria a su novio, y sonrió internamente pensando en cuan paciente e inocente era. A veces le remordía la conciencia tener que ocultarle tantos sentimientos, pero, como decían sus amigos, hombres como él ya no existían. Por eso se repetía que el silencio era lo mejor. Si sus discusiones internas no la ayudaban, menos le ayudaría revelar lo que la angustiaba. Al final, la resignación era el salvavidas de su relación tan bien armada.
Mientras pensaba si compraría o no la crema, se dio cuenta que estaba sentada en el mismo lugar que hacía un año. Era la misma hora, tal vez hasta el mismo día. Una pena horrible ensombreció sus ojos al recordar:
Había decidido esperar los minutos que le quedaban para volver al trabajo mirando las noticias. Un cura daba la clase de moral diaria con voz de santo y dedo acusador, cuando descubrió a una muchacha que, con una caja en las manos, iba repitiendo por las mesas: vendo panes integrales, con linaza, con un acento inconfundiblemente español. Gabriela se quedó mirando los panes esperando que no se acercaran. Se veían bastante bien, aunque un poco caros para el tamaño, pero no era eso lo que la perturbaba. La bandeja se movió hacia ella con decisión, haciendo acelerar su corazón: hola, vendo panes integrales, sin manteca animal y sin azúcar. La voz le produjo un escalofrío tras otro y al mirar a la muchacha todo su autoconvencimiento se fue a pique. Su rostro, sus manos, su voz, su pelo rebelde y pintado de colores, toda ella la hizo estremecer, recordó viejos tiempos y volvió a desear lo prohibido.
-¿Quereis uno?- ofreció la muchacha.
-Bueno. E..ese pequeño está bien- apuntó, y viendo que la cosa terminaría ahí, y que la española seguiría su camino, respiró hondo y preguntó: ¿estás aquí de intercambio o por otra cosa?-
-Intercambio- le pasó el pan y el vuelto- Si me veis por ahí, me dices si te ha gustado, vale?-
¿Vale… pero… eh… espera, cómo te llamas?- Gabriela no sabía qué más decir para retener a la chica…
Eva-
Gracias Eva…que…te vaya bien- La española dio media vuelta y pasó a la siguiente mesa. Gabriela no se volteó a mirarla, dejó la vista clavada en el pan, sintiendo que si se concentraba lo suficiente podría volver a la normalidad. Ni respiraba casi. Fue inútil.
La tarde pasó lenta con la culpa y la emoción arrebolándole las mejillas. Antes de volver a casa, decidió probar el pan que, para su desgracia, sabía demasiado bien. El resto se lo dio a un colega.
Pasaron varios días antes de que pudiera olvidar a la muchacha, y después, cuando por descuido se acordaba de ella, pensaba en todo lo bueno que había conseguido con su novio, y volvía a la normalidad, como en ese momento. Terminó su café, esperó que la obertura terminara y se fue al trabajo.
Pasó otro año.
Gabriela era feliz y ya vivía con su novio. Seguía trabajando en la posta, pero no parecía molestarle y todo el mundo se alegraba de verla tan radiante. Ese día en especial, se habían citado en el teatro.
Dio demasiadas vueltas antes de terminar su trabajo así que tuvo que  correr a casa. Eligió su mejor vestido y llegó radiante al concierto. Los primeros acordes, sin embargo, casi la hicieron llorar. Nunca había oído La Pasión de San Juan y la primera impresión fue un dolor extremo; toda le alegría se esfumó con un par de acordes. Su novio sonrió para dentro, pensando que Gabriela era sensible. Justo antes de que la primera parte terminara, Gabriela cerró los ojos y vio una luz de esperanza. El Tenor cantaba su aria, recitando el desconsuelo que sentía, ¿Me quedaré aquí  o me esconderé, tras montes y colinas?  Con esos versos descubrió maravillada la forma de olvidarlo todo.
La primera parte del concierto había terminado. Hubo diez minutos de intervalo. Se levantó con la excusa de ir al baño y no regresó al teatro. Tampoco a su casa.


miércoles, 28 de julio de 2010

Secreto (1)


La habitación olía a incienso y a comida. La luz se filtraba apenas por entre los visillos polvorientos. Al fondo, después de una mampara de mostacillas, una mesa con un mantel negro. Como Erika no se atrevía a entrar sola, agarró del brazo a su amiga para atravesar la habitación.
En un rincón oscuro, un viejo barajaba interminablemente unas cartas. Las dos muchachas se quedaron de pie, inmóviles, esperando alguna señal del viejo. Mientras, Erika inspeccionaba con la vista, buscando algo interesante. Como no encontrara nada, se miró los zapatos, acomodó los talones impaciente y se echó las manos a los bolsillos.
-Van a criar raíces si se quedan ahí paradas. Asiento, asiento- el viejo carraspeó un poco, se levantó de la silla, y se sentó en otra, más cerca de las muchachas.
-Veamos, a quienes tenemos aquí- levantó el mentón para dejar los lentes al nivel de sus ojos.
Las muchachas se presentaron. Erika, la interesada, contó un poco de su vida. El viejo volvió a barajar las cartas y pidió que ninguna cruzara las piernas. Erika escogió cinco de ellas y las fue dejando en orden sobre la mesa.
-Formula tu pregunta muchacha-
-Tengo miedo de casarme. Amo a mi novio pero tengo miedo de que él no acepte a mi familia-
-Si la ha aceptado hasta ahora…-interrumpió la amiga
-Sí, pero…-
-A ver…quieres saber si querrá a tu familia a pesar de todo, ¿no?- el viejo volteó las cartas con una parsimonia exagerada. Erika comenzó a inquietarse. El tarotista leía sin decir nada, inmóvil, concentrado en descifrar los dibujos. De pronto, se revolvió en su asiento, se levantó de golpe, afirmándose de la mesa con las manos temblorosas. La silla cayó hacia un lado y las muchachas se miraron sin saber si moverse o no.
-No debes estar aquí- gritó, pero afortunadamente la carraspera disminuyó la intensidad de su voz- No le digas a nadie, nunca, que me has visitado- Levantó la silla y caminó hacia la puerta: -Márchense ahora- ordenó empujando a la amiga- No es nada personal. Cásate si quieres- agregó, al ver los ojos de Erika llenarse de lágrimas. Antes de cerrar la puerta sugirió una última cosa: - Nunca le digas a nadie de donde vienes, menos a él- Erika, espantada, se quedó sin fuerzas hasta para caminar. La amiga, agarrándola del brazo, la sacó a tirones de allí.

miércoles, 16 de junio de 2010

Viento blanco

Está tan helado... no quiero ir, pensaba Oscar mientras se ponía la chaqueta pasada a hollín y cerraba la puerta. El frío pelaba la nariz y era igual de despiadado con las manos. Marita salió a la cola a despedirse, ¡Chao papi! gritó antes que una mano la metiera de nuevo a la casa. Bajó por la maraña de escaleras hasta la estación. los escombros del último alud seguían desparramados por la vía y Oscar odiaba conducir así, pero no quedaba de otra.Poco después de llegar a la estación de la mina suspendieron las faenas. El aguacero era tal que los jefes prefirieron perder la tarde y no personas. Oscar volvía contento, tratando de que el tren no se le arrancara, mientras pensaba en las sopaipillas que le pediría a la vieja.
Una sola vuelta faltaba para llegar, cuando a lo lejos se oyó un estruendo, era como si la montaña se estuviera partiendo. Oscar paró en seco y los pobres mineros quedaron amontonados. Polvo y nieve fue lo único que lograron ver a la distancia. La desesperación se esparció por el grupo, el pueblo estaba enterrado. Todos bajaron del tren y corrieron el trecho que faltaba para llegar a Sewell. Las escaleras, antes celebradas por lo ingeniosas, ahora eran un obstáculo. Oscar corrió también a la siga.
Un camarote del sector sur había quedado sepultado por la nieve. Muy pocos pudieron darse cuenta a tiempo y salir antes de que el alud los aplastara. Aquellos que podían, trataban de excavar, los que no, eran llevados a otros edificios. Los mineros del tren ni se imaginaban la magnitud del desastre y Oscar sólo pensaba en su casa.
El escenario era aterrador, el viento envolvía todo, apagando los gritos y el llanto de los niños bajo la nieve. Oscar sentía como la sangre le martillaba en los oídos y todo le daba vueltas. Veía cómo las cuadrillas de voluntarios sacaban camas, colchas y el seguía ahí, inmóvil, sin atinar a dejar el paso libre.Alguien se acercó a decirle que los mirones no servían y le pasó una pala. Fue entonces cuando recobró la conciencia: tenía que ayudar.
El trabajo de rescate continuó toda la noche, aún con el temporal. Al tercer día recién pudo llegar a su habitación. Desesperado, comenzó a cavar con las manos, tratando de alcanzar la puerta. Algunos mineros intentaron controlarlo pero no había caso. Un amigo al verlo, se le acercó, lo agarró de la chaqueta y como este no reaccionara lo levantó del cuello y lo lanzó a la nieve con toda la fuerza que pudo. Óscar se quedó ahí, tumbado, llorando, con las manos rojas y ensangrentadas.
A su mujer lograron sacarla cuando casi se escondía el sol, yacía congelada, abrazando a su hija, acurrucadas a la entrada de la puerta. Marita tampoco lo logró.

lunes, 29 de marzo de 2010

Componer

Quiero componer contigo
la obra más sublime que nadie haya escrito.

Que cada día que vivamos sea un compás,
que cada beso que nos demos, una fusa,
y cada noche que durmamos juntos, un silencio.

Que cuando nos amemos se escriba un solo,
porque entonces seremos uno.

Que los proyectos que emprendamos sean fugas,
voces separadas
que sólo tendrán sentido si están unidas.

Quiero componer la obra más bella sobre tu piel,
leerla en tus ojos,
ensayarla en tu boca...
y ejecutarla con nuestras manos.

martes, 2 de febrero de 2010

Lo que dejamos en el camino


Lo que dejamos en el camino tiene sabor al polvo y a la tristeza de una casa abandonada, pero también a la lluvia en verano: se agradece que los días sean sólo de sol hasta que, cuando llega, uno recuerda qué tan bueno era dormir con el arrullo de las gotas sobre el techo.

Eso que desechamos, muchas veces es un sacrificio, una negación, un deseo de ser diferente y especial, todo para alcanzar objetivos más grandes, duraderos que, sin embargo, no siempre se pueden disfrutar al instante.

¿Será la añoranza de lo que "ya no es" algo positivo? ¿o es que desde un principio los proyectos de vida que obligan a abandonar una parte de nosotros están mal planteados?, Me preguntaba mientras intentaba salir de la cama para trabajar... la lluvia me había lanzado todas esas memorias a la cara y me ahogaba con imágenes en sepia que intentaban volverse coloridas, forzándome a dudar.

Hay veces en que quisiera ser lluvia en vez de sol; me remuerde la conciencia al revés, extrañando lo que no es extrañable, recordando lo que nunca pasó. Lo que dejamos en el camino, tarde o temprano nos encuentra en una esquina y nos persigue para lanzarse sobre nuestra espalda.

Lo bueno es que sacrificarse por un bien mayor o un objetivo, al final, tiene una recompensa, o por lo menos, hace descubrir que de no haber desechado pensamientos o sentimientos que eran trabas, se habrían perdido esas experiencias necesarias para descubrir nuestro proyecto de vida.



Así que, después de sobrevivir al diluvio, decidí aceptar que no es posible dejar mis memorias botadas en un rincón de la casa, o formatearlas como un computador; será mejor guardarlas bien cerca mío para que no vuelvan a molestar, ni me pillen desprevenida, haciéndome saltar de asombro la próxima vez que se les ocurra lanzarse encima y sacarme en cara por qué las dejé en el camino.