Que más se puede pedir
de una posta universitaria, decía siempre Gabriela; y es que
su trabajo, aunque monótono, era bastante bueno. El café estaba tibio y medio
amargo, pero era la excusa para sentarse en el casino y mirar la obertura del
Mundial sin ser molestada, mientras hacía hora para volver al trabajo.
Un comercial de crema
de afeitar le trajo a la memoria a su novio, y sonrió internamente pensando en
cuan paciente e inocente era. A veces le remordía la conciencia tener que
ocultarle tantos sentimientos, pero, como decían sus amigos, hombres como
él ya no existían. Por eso se repetía que el silencio era lo mejor. Si sus
discusiones internas no la ayudaban, menos le ayudaría revelar lo que la
angustiaba. Al final, la resignación era el salvavidas de su relación tan bien
armada.
Mientras pensaba si compraría
o no la crema, se dio cuenta que estaba sentada en el mismo lugar que hacía un
año. Era la misma hora, tal vez hasta el mismo día. Una pena horrible
ensombreció sus ojos al recordar:
Había decidido esperar
los minutos que le quedaban para volver al trabajo mirando las noticias. Un
cura daba la clase de moral diaria con voz de santo y dedo acusador, cuando
descubrió a una muchacha que, con una caja en las manos, iba repitiendo
por las mesas: vendo panes integrales, con linaza, con un acento
inconfundiblemente español. Gabriela se quedó mirando los panes esperando que
no se acercaran. Se veían bastante bien, aunque un poco caros para el tamaño,
pero no era eso lo que la perturbaba. La bandeja se movió hacia ella con
decisión, haciendo acelerar su corazón: hola, vendo panes integrales,
sin manteca animal y sin azúcar. La voz le produjo un
escalofrío tras otro y al mirar a la muchacha todo su autoconvencimiento se fue
a pique. Su rostro, sus manos, su voz, su pelo rebelde y pintado de colores,
toda ella la hizo estremecer, recordó viejos tiempos y volvió a desear lo
prohibido.
-¿Quereis uno?-
ofreció la muchacha.
-Bueno. E..ese
pequeño está bien- apuntó, y viendo que la cosa terminaría ahí, y que
la española seguiría su camino, respiró hondo y preguntó: ¿estás aquí
de intercambio o por otra cosa?-
-Intercambio-
le pasó el pan y el vuelto- Si me veis por ahí, me dices si te ha
gustado, vale?-
¿Vale… pero… eh…
espera, cómo te llamas?- Gabriela no sabía qué más decir
para retener a la chica…
Eva-
Gracias Eva…que…te
vaya bien- La española dio media vuelta y pasó a la
siguiente mesa. Gabriela no se volteó a mirarla, dejó la vista clavada en el
pan, sintiendo que si se concentraba lo suficiente podría volver a la
normalidad. Ni respiraba casi. Fue inútil.
La tarde pasó lenta
con la culpa y la emoción arrebolándole las mejillas. Antes de volver a casa,
decidió probar el pan que, para su desgracia, sabía demasiado bien. El resto se
lo dio a un colega.
Pasaron varios días
antes de que pudiera olvidar a la muchacha, y después, cuando por descuido se
acordaba de ella, pensaba en todo lo bueno que había conseguido con su novio, y
volvía a la normalidad, como en ese momento. Terminó su café, esperó que la
obertura terminara y se fue al trabajo.
Pasó otro año.
Gabriela era feliz y
ya vivía con su novio. Seguía trabajando en la posta, pero no parecía
molestarle y todo el mundo se alegraba de verla tan radiante. Ese día en
especial, se habían citado en el teatro.
Dio demasiadas vueltas
antes de terminar su trabajo así que tuvo que
correr a casa. Eligió su mejor vestido y llegó radiante al concierto.
Los primeros acordes, sin embargo, casi la hicieron llorar. Nunca había oído La
Pasión de San Juan y la primera impresión fue un dolor extremo; toda le alegría
se esfumó con un par de acordes. Su novio sonrió para dentro, pensando que
Gabriela era sensible. Justo antes de que la primera parte terminara, Gabriela
cerró los ojos y vio una luz de esperanza. El Tenor cantaba su aria, recitando
el desconsuelo que sentía, ¿Me quedaré aquí
o me esconderé, tras montes y colinas? Con esos versos descubrió maravillada la forma
de olvidarlo todo.
La primera parte del
concierto había terminado. Hubo diez minutos de intervalo. Se levantó con la
excusa de ir al baño y no regresó al teatro. Tampoco a su casa.