A Cachorro le encantaba jugar con
sus amigos pero a veces terminaba mordiéndolos. Los amigos lo querían porque
era un perro muy entretenido, compartía su comida y le encantaba inventar cuentos,
pero en cuanto empezaba a mostrar los dientes, lo dejaban de lado, para evitar
que los mordiera. Cachorro sabía que no debía mostrar los dientes y lo evitaba
lo más posible. Pero cuando los amigos le aburrían, les pegaba un tarascón en las
patas y ellos salían arrancando.
Un día Cachorro jugaba con sus
amigos Pato, Conejo, Ratona y Gata, cuando de improviso Gata se le acercó para
frotar la cabeza en su espalda.
-¿Qué haces Gata?-preguntó
cachorro con el pelo erizado por la sorpresa.
-Es que te quiero mucho, y cuando
quiero a alguien, me dan unas ganas incontrolables de ronronearle.
Cachorro se quedó mirando a su
amiga Gata y la encontró simpática. Después de jugar la invitó a tomar agua en
su fuentecita.
Cuando los días se hicieron
fríos, los amigos de Cachorro dejaron de ir a jugar, pero Gata lo echaba de
menos e hizo caso omiso al viento y al agua. Así partió un día corriendo entre
los cercos hasta llegar a la casa de Cachorro que se acurrucaba entumido sobre
una frazada. Gata entró sin preguntar a la casa, se enroscó en una esquina y le
pidió que le contara un cuento.
Cachorro estaba desconcertado,
pero se sentía calientito y era entretenido tener a alguien con quien pasar la
tarde.
Cuando se hizo de noche, Gata
volvió a su casa, saltando por los techos de los vecinos.
Así pasó el tiempo, hasta que Gata
no quiso volver más a su casa. La comida de cachorro y la cama le parecieron
agradables y aunque no era como dormir al lado de la chimenea, era
infinitamente más interesante.
Pero Gata era quisquillosa y Cachorro
no aguantaba pelos en el lomo. A veces él le daba un mordisco cuando Gata no
dejaba de frotarse en su espalda y ella salía corriendo con el lomo erizado.
Otras veces Cachorro quería jugar, pero como a Gata le encantaba dormir, no lo
tomaba en cuenta y cuando insistía mucho, le daba un zarpazo en la nariz y Cachorro
se metía gruñendo dentro de su casa. Entonces Gata se arrepentía e iba a
frotarse contra la nariz de Cachorro, para decirle lo siento, pero Cachorro no
quería saber de cariño y le ladraba.
Con el tiempo Cachorro dejó de
contarle historias a Gata y empezó a dedicarle tiempo a contemplar la lluvia
que tanto le gustaba. Gata quería jugar,
salir a corretear por el patio pero no Cachorro, y se quedaba ahí, con los ojos
entornados, mirando las gotitas caer en las pozas. Gata entonces se le acercaba
y le pasaba la cola por la cara, tratando de que no mirara más las gotas, que
la mirara a ella. “Las gotas no son entretenidas”, maullaba Gata. “Las gotas
son siempre gotas, caen aquí, caen allá, se esconden en tu pelaje y te dejan
todo mojado”. “¡A mí me gustan las gotas!” Gruñía Cachorro. “Míralas conmigo,
cada una tiene un sonido diferente y nunca caen igual.” Cachorro se quedaba
días mirando las gotas y Gata no sabía qué hacer. En los días bonitos, Cachorro
salía de su casa y se iba a jugar con ella y sus amigos, pero tan pronto como
volvía la lluvia, se escondía en su casa y no había quién lo sacara.
-Cachorro, no me gusta esto. Cachorro…
no quiero ver más gotas. Cuéntame un cuento mientras yo te acaricio la espalda.
-¡No!- Le ladró Cachorro.
Gata muy apenada, salió despacito
de la casa, tratando de no sacar a Cachorro de su ensimismamiento, pero Cachorro
tenía buen oído y en cuanto las cuatro patitas de Gata estuvieron en el suelo,
cachorro le gritó: GATA!! GATA!!
Gata miró la casa de cachorro
desde la reja… cachorro no dijo nada. Gata saltó la reja y salió corriendo por
entre los árboles...