martes, 2 de febrero de 2010

Lo que dejamos en el camino


Lo que dejamos en el camino tiene sabor al polvo y a la tristeza de una casa abandonada, pero también a la lluvia en verano: se agradece que los días sean sólo de sol hasta que, cuando llega, uno recuerda qué tan bueno era dormir con el arrullo de las gotas sobre el techo.

Eso que desechamos, muchas veces es un sacrificio, una negación, un deseo de ser diferente y especial, todo para alcanzar objetivos más grandes, duraderos que, sin embargo, no siempre se pueden disfrutar al instante.

¿Será la añoranza de lo que "ya no es" algo positivo? ¿o es que desde un principio los proyectos de vida que obligan a abandonar una parte de nosotros están mal planteados?, Me preguntaba mientras intentaba salir de la cama para trabajar... la lluvia me había lanzado todas esas memorias a la cara y me ahogaba con imágenes en sepia que intentaban volverse coloridas, forzándome a dudar.

Hay veces en que quisiera ser lluvia en vez de sol; me remuerde la conciencia al revés, extrañando lo que no es extrañable, recordando lo que nunca pasó. Lo que dejamos en el camino, tarde o temprano nos encuentra en una esquina y nos persigue para lanzarse sobre nuestra espalda.

Lo bueno es que sacrificarse por un bien mayor o un objetivo, al final, tiene una recompensa, o por lo menos, hace descubrir que de no haber desechado pensamientos o sentimientos que eran trabas, se habrían perdido esas experiencias necesarias para descubrir nuestro proyecto de vida.



Así que, después de sobrevivir al diluvio, decidí aceptar que no es posible dejar mis memorias botadas en un rincón de la casa, o formatearlas como un computador; será mejor guardarlas bien cerca mío para que no vuelvan a molestar, ni me pillen desprevenida, haciéndome saltar de asombro la próxima vez que se les ocurra lanzarse encima y sacarme en cara por qué las dejé en el camino.