Estocadas. Tú y yo estamos
jugando una danza peligrosa. Te miro fijamente y doy un paso. Retrocedes,
intentando engañarme y haces el siguiente movimiento. Me perturba esa rapidez,
esa facilidad para devolverme el golpe. Golpe que no llega a ser, porque lo
esquivo, apenas.
Nos miramos atentamente,
esperando visualizar quién dará el siguiente paso. Se supone que debo ser yo,
pero eso sería demasiado evidente. Así que me paro frente a ti, incrédula de lo
que has hecho recién, y simulo mi desconcierto. Tal vez así lo intentes
nuevamente y yo gane.
Pero tampoco quieres repetir ese
acto arrebatado que te llevó a moverte antes de pensar. Sabes que estaré
preparada para el siguiente. Tu corazón palpita ante la incertidumbre de lo que
se viene, y el mío corre desbocado ante la certeza del final. Bajas la guardia.
Y yo te digo que así no se puede jugar.
Bajo los brazos, abatida y
comienzo a pronunciar la frase de derrota, pero en ese instante levanto mi
espada y hago el siguiente ataque. Tus ojos me causan gracia, no te lo habías
esperado, pero yo tampoco esperaba tu reacción. El siguiente golpe alcanza su
objetivo y yo suelto el arma asustada. Te miro con aire de suficiencia y te das
cuenta de lo que ha pasado. Has caído en mi trampa, has ganado la batalla, y yo
he ganado la guerra.