sábado, 15 de septiembre de 2012

El origen de Asgeld Lune

Primero que todo, debo contarles que me llamo Nathanielle Lune, me pusieron así porque creyeron que sería hombre, Nathaniel, y como resulté niñita, mi madre no encontró nada más simpático que "afeminar" el nombre. Podría haber sido Nataly, Natalia o cualquier otra cosa, pero en fin, me llamo así.

Me contó mi madre:



Ese día Romualdo volvió a su choza y ni siquiera me vino a visitar, siempre me llevaba alguna cosa de parte de su hermana. Ya le había preguntado muchas veces por qué el aromo de la quinta no florecía, y él sólo me miraba con ojos amurrados y me decía que no preguntara tonteras.
-Los meses pasan pues, Romualdo, y tengo miedo. Imagínate si ese árbol no florece, el que plantamos juntos. Ahí si que me daría pena, porque significaría que lo mataron, Romu, y yo no quiero que León esté muerto.
-No hable leseras señorita, que después la van a retar...

Ahí Romualdo agarró su hacha, se la echó al hombro y agachado, se fue a cortar leña. Me dejó con la duda a media garganta y a la tarde no vino a dejar leña como lo hacía siempre, mandó al mocito. No lo vi en un mes. 
Y empecé a preocuparme. Ya era septiembre y el árbol no florecía. Y tuve un mal presentimiento.
Fui a ver a la sanadora, hermana de Romualdo; aunque en la casa no me dejaban hablar con los nativos, me escapaba a veces para compartir con ellos.
Doña Cremilda era la vieja más importante. Creo que era la única que conocía toda mi historia y me aconsejaba cuando tenía dudas. Fue ella la que me dijo que tenía un espíritu y que por eso perfectamente podía aprender lo que ella sabía, y que si hubiera nacido con la sangre de ellos, hasta en chamán me habría podido convertir.
Alguna vez había intentado contarle eso a mi madre, pero fue tal su espanto que casi echó a la familia de Cremilda de la hacienda. Entonces me retracté y le dije que eran mis locuras, que ellos no tenían  nada que ver, que en verdad me metía a escondidas a sus ceremonias. 
Me prohibieron volver a hablar con ellos.
Como obviamente no iba a hacerles caso, los seguí visitando. Ese día en particular quise verla sólo a ella. Necesitaba contarle de mi "premonición".
Le hablé del árbol que habíamos plantado con León, y de la promesa que habíamos hecho, de la corazonada que tenía y de las pesadillas que no me dejaban tranquila. Ella me pidió que la dejara sola y  después de un rato me dejó entrar de nuevo a la choza. Dijo que creía que León estaba muerto, respondí que sentía lo mismo.

Volví corriendo a casa, apenas le di las gracias, ya de noche, pero en vez de entrar, me senté a llorar apoyada en el árbol. El amor de mi vida estaba muerto. Maldita guerra pensé. ¿¡Qué me importaba a mí el norte!?, ¿¡Qué me importaba el mar o el desierto!? Si yo vivía al fin del mundo, perdida en los cerros y nada de lo que pasara afuera me afectaba... eso creía.

Mi León, muerto...

Me quedé dormida ahí, llorando. Desperté a eso de las diez de la noche, tiritando de frío. Me fui a acostar calladita. Al día siguiente bajé a la cocina a ver si andaba Romualdo por ahí y encontré a toda la gente alborotada. Mi madre decía que quería al Padre Pancho antes del medio día en la estancia, que no iba a aguantar estar ahí otra noche más sola, que le trajeran al curita del pueblo porque eso no era de Dios, y que la culpa la tenían los inquilinos y que me buscaran a mí porque yo era porfiada. Mi padre trataba de calmarla, en vano.
-Natha no salgas- gritó, en cuanto me vio escabullirme por el pasillo. Le siguió otra sartalada de frases que yo atontada por el sueño no me detuve a escuchar. Así que no tomé en cuenta las pataletas de mi madre y salí a buscar unos huevos  al gallinero, que se me habían antojado. Pero antes de siquiera cruzar la quinta, me encontré con un montón de gente rodeando a mi árbol. ¡Estaba florecido! Me picó un poco la nariz y miré alrededor, me di cuenta que estaba rodeada de una neblina dorada. El aromo brillaba como el sol de tan cargado de flores que estaba.
Mi padre gritaba cosas, desde la cocina, Romualdo gritaba otras desde el galpón, algunos inquilinos pensaban cortar el árbol y Romualdo alegaba que no... era un despelote sin sentido, y yo: miraba maravillada como flotaba el polen de las florcitas amarillas y me rodeaba como danzando sobre mí. Fue entonces cuando tuve la certeza de que León había muerto. Pero casi me alegré, porque sentí que él estaba allí a mi lado, que él había hecho eso y que la lluvia dorada era como un saludo especialmente creado para mi.
Corté una rama del árbol y corrí donde Cremilda a contarle lo que había pasado; ella bruta como siempre y con cara de asustada me agarró el vientre, me agarró la cabeza, me miró a los ojos, y me tocó los senos.
-Ese crío que tú tiene ahí no es normal... tú tiene algo raro en los ojos.
- ¡¿Qué crío doña Cremi?!
- Ese que tiene ahí pu- me palmeó la barriga.- Ese fue el que hizo florecer el aromo. El hijo de tu primo. Ten cuidado niña, naiden debe saberlo... no ahora. Te imagina como se van a poner todos cuando sepan quién te desgració, mocosa porfiada. El patrón es capaz de volverse loco...
- Pero cómo voy a ...
- Tú sabe bien como se hacen los críos... así que no pregunte.  Lo que no sabe, y escucha bien, es que esa crío vale más que todos losotros juntos.
-  ¡¡Cremilda!!- no era capaz de llorar, ni de decir nada coherente, no entendía nada, no podía ser, ¡no DEBÍA ser! 
- Mira, vuelve a la tarde, te voy a tener unos pastos. No le diga a naiden lo que conté ¿escucha?. Si no es de Espíritus no sé de qué será. Déjame tranquila ahora que tengo que hacer una cosa. ¡Ya niña, partiste a tu casa!, ¡déjame sola que me hace perder el tiempo!

Volví a mi casa arrastrando los pasos. No escuché los gritos de mi madre, que seguía imparable desde la cocina, no le hice caso a mi padre que decía que me tapara la cara porque no sé que cosa de un veneno. Me fui a mi habitación y me quedé allí pensando. ¿Un hijo y un milagro a la vez? De seguro Cremilda tendría la respuesta a todas mis preguntas.
El origen de Asgeld, de las Crónicas de Nathiel", mi novela eternamente sin terminar.

I CHING


Solía preguntarme ¿Por qué?

Si le hiciéramos caso a los presentimientos, lograríamos encontrar el camino correcto de manera mucho más fácil. Pero no, nos empeñamos en resolver nuestros problemas y conseguir nuestros objetivos dejando de lado ese conocimiento que nos viene de las entrañas.
Aún así, la vida se las arregla para encauzarnos nuevamente, hasta que encontremos un desvío y volvamos a perder el rumbo.
Cuando creí que lo había perdido todo, realmente me encontré. Cuando creí que no había futuro, mis ojos se abrieron a la realidad de manera grosera y abrumadora. Quise morir porque me habían quitado mi mundo perfecto, que era perfecto para los demás, pero no para mí. Y eso no lo sabía, lo supe con el tiempo, con los años; después de probar una y otra vez, una y otra vez.

Presiento algo bueno para mí, algo como lo que he soñado toda mi vida, pero también presiento que estoy errando el camino una vez más. Hay algo que he dejado en el camino, y que no debí dejar. Otra vez me daré una vuelta larga antes de encontrar cuál era mi sitio. Una vuelta de tres años según el I Ching.