Miro tu mano
como dibuja palabras con el lápiz. Tu boca se frunce en un gesto de
concentración, los labios bien apretados y el rictus neutro. Mientras, tus ojos
se van deslizando a través de la página. Te detienes. Fijas tu mirada en el
vacío y piensas. Esos son los momentos más bellos, cuando te quedas quieta
escrutando la inmensidad de tu imaginación. Tu respiración se ha vuelto lenta,
constante, como cuando duermes. Vuelves a tomar el hilo de tu escritura y
suspiras, miras tu mano izquierda y esbozas una sonrisa. Quisiera saber lo que
estás imaginando en este momento y por eso me acerco sigilosamente, mientras mi
vista se posa en el movimiento del lápiz. Doy un paso, me detengo. Algo te ha
desconcentrado, tu mano se ha detenido a mitad de una palabra, espero no haber
sido yo ¡te ves tan linda cuando escribes!
Doy otro paso
y me agacho, pero justo en ese instante un ruido quiebra el silencio y me
distraigo. Tú también te distraes y te das cuenta de mi presencia, me sonríes y
murmuras algo que no entiendo pero suena lindo.
Me levanto y
me acerco más a ti. Ahora estoy al lado de tu cama, al alcance de tu mano.
Agacho la cabeza instintivamente y me acaricias; no logro contener un suspiro.
Me apena sacarte de ese trance de escritora, pero son más grandes las ganas de
un abrazo. Me acerco otro poquito y trepo por el cobertor, poso mi cabeza sobre
el papel. Como veo que no te molesta, me acerco un poco más y me recuesto en tus
hojas. Tal vez así, me vuelva tan importante como tus letras y me escribas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario