jueves, 26 de diciembre de 2013

La escritora y su gato


Miro tu mano como dibuja palabras con el lápiz. Tu boca se frunce en un gesto de concentración, los labios bien apretados y el rictus neutro. Mientras, tus ojos se van deslizando a través de la página. Te detienes. Fijas tu mirada en el vacío y piensas. Esos son los momentos más bellos, cuando te quedas quieta escrutando la inmensidad de tu imaginación. Tu respiración se ha vuelto lenta, constante, como cuando duermes. Vuelves a tomar el hilo de tu escritura y suspiras, miras tu mano izquierda y esbozas una sonrisa. Quisiera saber lo que estás imaginando en este momento y por eso me acerco sigilosamente, mientras mi vista se posa en el movimiento del lápiz. Doy un paso, me detengo. Algo te ha desconcentrado, tu mano se ha detenido a mitad de una palabra, espero no haber sido yo ¡te ves tan linda cuando escribes!

Doy otro paso y me agacho, pero justo en ese instante un ruido quiebra el silencio y me distraigo. Tú también te distraes y te das cuenta de mi presencia, me sonríes y murmuras algo que no entiendo pero suena lindo.

Me levanto y me acerco más a ti. Ahora estoy al lado de tu cama, al alcance de tu mano. Agacho la cabeza instintivamente y me acaricias; no logro contener un suspiro. Me apena sacarte de ese trance de escritora, pero son más grandes las ganas de un abrazo. Me acerco otro poquito y trepo por el cobertor, poso mi cabeza sobre el papel. Como veo que no te molesta, me acerco un poco más y me recuesto en tus hojas. Tal vez así, me vuelva tan importante como tus letras y me escribas.





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