lunes, 23 de julio de 2012

Flor

¿Por qué está aquí? Fue lo primero que pensé al cruzar la calle. Iba a seguir, pero dije no, esto hay que documentarlo. Y es que se me vino un montón de preguntas a la cabeza. Andaba especialmente melancólica ese día y terminé proyectando mis pensamientos e impotencias en la rosa de metal.
¿A quién se le ocurrió ponerla ahí? A lo mejor este lugar era diferente cuando la instalaron. ¿Habrá tenido algo especial esta esquina cuando la escultura fue colocada? ¿Por qué nadie la cuida? Es un lugar bastante feo, en verdad. Una esquina cualquiera, descuidada.

Después pensé en la imposibilidad de sacarla y llevármela a un lugar que lo mereciera. Un espacio donde pudiera ser admirada y cuidada ¡Era una rosa!
Pero estaba cimentada, y para sólo una persona, sin herramientas, sería imposible hacerlo. Antes me llevan presa que lograr siquiera arrancarla de ese lugar.

Como no puedo responder ninguna de las preguntas, ni puedo cambiarla a un espacio mejor, sólo me queda mostrarla aquí, para que la gente la vea.

Ahora que a alguien le importa, esa flor vuelve a ser especial, como cuando la forjaron y la colocaron. Como siempre debió ser.

jueves, 12 de julio de 2012

Finalmente



A Vania le gustaba la música celta: había visto The Lord of the Dance por la televisión cuando niña y desde entonces había quedado prendida por los movimientos y las melodías. Soñaba con ser bailarina, o viajar a Irlanda y encontrarse con duendes y elfos que tocarían toda la noche mientras aminaba por bosques de abedules brillantes y luminosos. Luego, llegaba a la escuela y tenía que volver a la realidad. Pero, cuando nadie la veía, se escapaba a un patio interior, y se acostaba en las escaleras a soñar. Miraba el cielo, contaba nubes, cerraba los ojos y desaparecía; sólo entonces el rictus amargo se volvía suave, casi placentero.

A veces, cuando la soledad le pesaba, imaginaba que alguien llegaría a buscarla, porque habían notado su ausencia, o que escucharía las voces de sus compañeros llamándola. Pero nunca pasaba. Entonces, después de una hora o dos, se levantaba y volvía a clases y así, cada vez que se sentía mal, se escondía a soñar con su universo alterno y con que algún día alguien iría a salvarla. Diez años después, se dio cuenta de que no había caso. Nadie nunca había logrado entenderla, ni se había dado el tiempo de escucharla. Dejó de hablar con el mundo y al mundo le pareció bien.

El día de su cumpleaños, cuando aún no amanecía, se levantó temprano y fue a caminar por la ciudad. Llovía a cántaros y como era sábado todos dormirían hasta tarde; mucho mejor, pensó. Caminó sin rumbo hasta dar con la playa. El lago era una orquesta de gotas repiqueteando en la superficie. Un muelle viejo con una escalera al final, comenzaba a destacarse en la penumbra. Vania caminó por él, tapada hasta las orejas. Lloraba desconsolada, pero no sabía si eran lágrimas o agua lo que caía por su cara. Estaba empapada. Miró al cielo, respirando hondo para calmar la pena, pero la angustia fue más fuerte y los sollozos la obligaron afirmarse de las piernas para no caer. Estaba agotada tanto llorar. 

De pronto, el fondo del lago le pareció atractivo y tentador y luego, de golpe la rabia le inundó la garganta y lanzó un grito al horizonte.Ya no lloraba, temblaba de odio. Se dio cuenta que la única opción para calmarse sería nadar tan lejos de la orilla como las fuerzas le permitieran. Miró a su alrededor; no había nadie. Se sacó la bufanda, los guantes, desabotonó su abrigo y se sacó el chaleco. Quedó en jeans y camisa. Se descalzó y se sacó las medias. Dejó los zapatos juntos, ordenados, jugó con la distancia entre uno y otro hasta que se sintió conforme y saltó al agua.

El frío y el oleaje le facilitaron su objetivo, pues apenas logró avanzar. Con las olas golpeándole a cada tanto y el cuerpo tullido, después de unos minutos, fue incapaz de seguir moviéndose: ya no estaba enojada. El corazón le latía con fuerza y la respiración se le hacía difícil. Las olas la sobrepasaron, una, dos, tres veces, hasta que no fue capaz de mantener la cabeza afuera.

Contrario a lo que pensaba, respirar agua fue bastante indoloro, sólo el diafragma pareció volverse loco unos instantes, sacudiéndose en espasmos molestos. Como el fondo era negro y el cielo era negro, perdió la noción del espacio y ya no supo como salir del agua: se rindió al oleaje. Entonces, su corazón dejó de martillar, cerró los ojos y esbozó, finalmente, una sonrisa.

dic. 2010

lunes, 9 de julio de 2012

Melancolía

Te has tornado, Melancolía, en mi diosa,
por la sombra de mis sueños sorprendida;
por el miedo a desbocarte, sostenida
en la luz. Como musa silenciosa,
vas guiándome en la vía dolorosa
y solitaria. Acompaña mi tristeza,
tu mudez -como lánguida belleza-
y marca mi voz, mis versos y mi prosa.