domingo, 15 de agosto de 2010

La vida perfecta


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Que más se puede pedir de una posta universitaria, decía siempre Gabriela; y es que su trabajo, aunque monótono, era bastante bueno. El café estaba tibio y medio amargo, pero era la excusa para sentarse en el casino y mirar la obertura del Mundial sin ser molestada, mientras hacía hora para volver al trabajo.
Un comercial de crema de afeitar le trajo a la memoria a su novio, y sonrió internamente pensando en cuan paciente e inocente era. A veces le remordía la conciencia tener que ocultarle tantos sentimientos, pero, como decían sus amigos, hombres como él ya no existían. Por eso se repetía que el silencio era lo mejor. Si sus discusiones internas no la ayudaban, menos le ayudaría revelar lo que la angustiaba. Al final, la resignación era el salvavidas de su relación tan bien armada.
Mientras pensaba si compraría o no la crema, se dio cuenta que estaba sentada en el mismo lugar que hacía un año. Era la misma hora, tal vez hasta el mismo día. Una pena horrible ensombreció sus ojos al recordar:
Había decidido esperar los minutos que le quedaban para volver al trabajo mirando las noticias. Un cura daba la clase de moral diaria con voz de santo y dedo acusador, cuando descubrió a una muchacha que, con una caja en las manos, iba repitiendo por las mesas: vendo panes integrales, con linaza, con un acento inconfundiblemente español. Gabriela se quedó mirando los panes esperando que no se acercaran. Se veían bastante bien, aunque un poco caros para el tamaño, pero no era eso lo que la perturbaba. La bandeja se movió hacia ella con decisión, haciendo acelerar su corazón: hola, vendo panes integrales, sin manteca animal y sin azúcar. La voz le produjo un escalofrío tras otro y al mirar a la muchacha todo su autoconvencimiento se fue a pique. Su rostro, sus manos, su voz, su pelo rebelde y pintado de colores, toda ella la hizo estremecer, recordó viejos tiempos y volvió a desear lo prohibido.
-¿Quereis uno?- ofreció la muchacha.
-Bueno. E..ese pequeño está bien- apuntó, y viendo que la cosa terminaría ahí, y que la española seguiría su camino, respiró hondo y preguntó: ¿estás aquí de intercambio o por otra cosa?-
-Intercambio- le pasó el pan y el vuelto- Si me veis por ahí, me dices si te ha gustado, vale?-
¿Vale… pero… eh… espera, cómo te llamas?- Gabriela no sabía qué más decir para retener a la chica…
Eva-
Gracias Eva…que…te vaya bien- La española dio media vuelta y pasó a la siguiente mesa. Gabriela no se volteó a mirarla, dejó la vista clavada en el pan, sintiendo que si se concentraba lo suficiente podría volver a la normalidad. Ni respiraba casi. Fue inútil.
La tarde pasó lenta con la culpa y la emoción arrebolándole las mejillas. Antes de volver a casa, decidió probar el pan que, para su desgracia, sabía demasiado bien. El resto se lo dio a un colega.
Pasaron varios días antes de que pudiera olvidar a la muchacha, y después, cuando por descuido se acordaba de ella, pensaba en todo lo bueno que había conseguido con su novio, y volvía a la normalidad, como en ese momento. Terminó su café, esperó que la obertura terminara y se fue al trabajo.
Pasó otro año.
Gabriela era feliz y ya vivía con su novio. Seguía trabajando en la posta, pero no parecía molestarle y todo el mundo se alegraba de verla tan radiante. Ese día en especial, se habían citado en el teatro.
Dio demasiadas vueltas antes de terminar su trabajo así que tuvo que  correr a casa. Eligió su mejor vestido y llegó radiante al concierto. Los primeros acordes, sin embargo, casi la hicieron llorar. Nunca había oído La Pasión de San Juan y la primera impresión fue un dolor extremo; toda le alegría se esfumó con un par de acordes. Su novio sonrió para dentro, pensando que Gabriela era sensible. Justo antes de que la primera parte terminara, Gabriela cerró los ojos y vio una luz de esperanza. El Tenor cantaba su aria, recitando el desconsuelo que sentía, ¿Me quedaré aquí  o me esconderé, tras montes y colinas?  Con esos versos descubrió maravillada la forma de olvidarlo todo.
La primera parte del concierto había terminado. Hubo diez minutos de intervalo. Se levantó con la excusa de ir al baño y no regresó al teatro. Tampoco a su casa.