miércoles, 27 de abril de 2011

Posibilidades



-¡Felipe!- gritó una mujer a mi derecha, bajando del vagón del metro. Conocía esa voz que insistente me llamaba. La busqué, me bajé también en la estación, asustado.
-¡Felipe, dame la mano!- Me ordenaron. Sonó la señal del cierre de puertas. Miré hacia atrás y la vi: cabellos negros hasta media espalda, cejas bien demarcadas, rostro anguloso; el cuerpo magro y maduro se movía con agilidad por entre la gente que se apiñaba en el andén. Iba de jeans y blusa, y unos tacones le marcaban el ritmo a sus pasos acelerados. Llevaba en brazos a una pequeña de no más de dos años, que miraba divertida a la gente, pero que en cuanto me vio y le sonreí, escondió su cabecita en el cuello de la madre y restregó su nariz contra el cabello de ella.

-¡Felipe! No lo voy a repetir- Dijo mirándome. Pero en realidad no se dirigía a mí, sino a un muchachito de unos 9 o 10 años, a mi derecha, a la orilla de la plataforma. El tren partió e instintivamente agarré al niño por los hombros. La mujer pareció aliviarse por ello, y disminuyó el paso.

Me acerqué también a la mujer, para entregarle al hijo escapista, aturdido por la situación. El muchachito se llamaba como yo, y la mujer de en frente... esas cejas marcadas -no la recordaba con el cabello largo y, menos, ondulado-. Los años parecían no haberle hecho mella, al contrario, se veía más linda, más altiva y segura de sí, como un buen vino reposado.

Mi corazón se detuvo. Ella también.

-Gracias caballero-, me dijo de forma automática, sin prestarme atención, mirando al niño -Te estás poniendo igual de rebelde que tu padre ¡Qué Karma!- le reprochó al hijo, agarrándolo por el brazo.

Siguieron su camino por entre la gente hasta llegar a la escalera mecánica y yo me quedé ahí, de pie, inmóvil. Hacía 10 años que no la veía.

10 años.

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