Llega una señora a la oficina con un ramo de flores y yo
miro la extrañada pensando en por qué viene a dejarlo acá, luego recuerdo que ella es la florista de la empresa. Me saluda y pregunta por mi mamá, le
respondo que está bien. Entonces va y me pregunta si sé que ella me conoce
desde pequeña “desde que naciste”, me dice. Yo le respondo que no, un poco
recelosa de lo que viene; después de la muerte de mi papá mucha gente extraña
se me ha acercado a decir que me conoce y la mayoría de las veces es bastante
incómodo. Pregunta si mi mamá me ha contado de una mujer que había perdido a su hijo en el parto y que compartía habitación en el hospital con ella cuando nací. Abro los ojos asombrada y digo que sí, que me sé esa
historia.
Mi mamá me había
tenido hacía poco, estaba en la sala de maternidad conmigo y una mujer en la
cama de enfrente lloraba desconsolada por su bebé. Madre me
miraba con una mezcla de alegría, alivio y culpa. El problema era que no tenía
leche y yo tenía hambre. Entonces, en un arranque de compasión, sentimiento
de protección, empatía o quizás qué cosa, le pidió a esta mujer que me
alimentara. Tenía mucha leche y nadie a quién dársela, yo tenía hambre y mi
madre se sentía cada vez más frustrada.
“Yo parece que te amamanté”, me cuenta la florista con la
cara sonriente. Es tan rara esta sensación, demasiado íntima para
mi gusto. No es como que alguien viniera a decirme que me cambió los pañales o
me hizo dormir; no, esto es más potente. “¡Ah!, usted fue como mi mamá
nodriza”, le digo, sin pensar mucho y sin poder quitarme el asombro. Ella sólo sonríe. Luego
cambia de tema y me pregunta si puedo ayudarla con algo que tiene pendiente y respondo que sí, que no hay problema. Al final me pide que le dé sus
saludos a mi madre. Mis ojos se quedan pegados en los pétalos amarillos que veo salir por la puerta “no quiero llorar, no quiero llorar”, me repito y pienso en la fijación que tengo por las flores...y en el nombre de mi blog.