martes, 15 de julio de 2014

Danza de espadas

Estocadas. Tú y yo estamos jugando una danza peligrosa. Te miro fijamente y doy un paso. Retrocedes, intentando engañarme y haces el siguiente movimiento. Me perturba esa rapidez, esa facilidad para devolverme el golpe. Golpe que no llega a ser, porque lo esquivo, apenas.
Nos miramos atentamente, esperando visualizar quién dará el siguiente paso. Se supone que debo ser yo, pero eso sería demasiado evidente. Así que me paro frente a ti, incrédula de lo que has hecho recién, y simulo mi desconcierto. Tal vez así lo intentes nuevamente y yo gane.
Pero tampoco quieres repetir ese acto arrebatado que te llevó a moverte antes de pensar. Sabes que estaré preparada para el siguiente. Tu corazón palpita ante la incertidumbre de lo que se viene, y el mío corre desbocado ante la certeza del final. Bajas la guardia. Y yo te digo que así no se puede jugar.

Bajo los brazos, abatida y comienzo a pronunciar la frase de derrota, pero en ese instante levanto mi espada y hago el siguiente ataque. Tus ojos me causan gracia, no te lo habías esperado, pero yo tampoco esperaba tu reacción. El siguiente golpe alcanza su objetivo y yo suelto el arma asustada. Te miro con aire de suficiencia y te das cuenta de lo que ha pasado. Has caído en mi trampa, has ganado la batalla, y yo he ganado la guerra.

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